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14 diciembre 2011

 

Diario Información

Opinión 2.0

26 de noviembre de 2011

Noticia

Mª JOSÉ RODRÍGUEZ JAUME Y ROSARIO TUR AUSINA

Los días conmemorativos como el de ayer son, como su propio nombre indica, una ocasión para la reivindicación o la denuncia, pero no sólo para esto. Más allá de recordar que los 25 de noviembre sirven para denunciar la lacra social de la violencia contra las mujeres, estos -y otros- días conmemorativos deberían servir también para aclarar cuestiones, incidir en la esencia de lo que se denuncia, y buscar reflexiones que nos permitan, al menos, empezar a remover las conciencias sociales desde puntos de partida acertados.

La violencia de género no es un tipo de violencia más -con todo lo censurable que es en sí cualquier tipo de violencia-, que exija medidas de prevención y protección, así como las oportunas sanciones tras una actitud agresora ejercida con o sin premeditación. Tras este tipo de conducta, más allá de la voluntariedad expresa de denigrar de quien la ejerce, se oculta una situación patente de desigualdad que sufren las mujeres, que acaba manifestándose de forma violenta, y que se ejerce precisamente contra la mujer porque ésta es mujer, porque para sus agresores, como ya indicaba la propia Exposición de Motivos de la Ley de Violencia de Género, estas víctimas no tienen la mínima libertad, no merecen el mismo respeto que la otra mitad de la raza humana, ni su capacidad de decisión puede ser equiparada a ésta. Por ello es violencia «de género» y no otras cosas (familiar, doméstica, masculina). Porque es una violencia que se alimenta del artificioso reparto de roles entre ambos sexos (libertad, pasión, poder, conquista, razón para unos; obediencia, intuición, seducción, cuidado, dependencia, para otras), que otorga funciones dispares a ambos sexos con consecuencias discriminatorias para las mujeres, y que tiene su punto culminante en la propia actividad violenta.

La violencia puede ser el punto de llegada -no pocas veces ya irreversible- para muchas mujeres. Pero esta violencia sienta sus bases en conductas y roles interiorizados desde los primeros años de vida, alimentados en la adolescencia, y consolidados en la madurez. Frente a la tendencial perpetuación de estos roles, sólo con la conciencia de que las relaciones mujeres-hombres han de basarse en una concepción del amor y de la amistad basada en el respeto mutuo y en la autoafirmación personal será posible evitar que del amor al odio haya únicamente un paso sin vuelta atrás, para muchas mujeres.

En España se viene trabajando desde hace más de tres décadas en el ámbito de la intervención con las mujeres víctimas de violencia de género. El reto, hoy, es su prevención a través de la educación en igualdad entre mujeres y hombres y el cambio del modelo que rige las relaciones de pareja. Desde esta óptica, el colectivo de jóvenes adquiere relevancia pues a ellas y ellos les corresponde liderar el mañana, tanto en sus entornos laborales como familiares, y porque en él perduran y anidan ideas que son la antesala de la violencia de género. Quizá porque la adolescencia es la etapa de las biografías vitales en la que se disfruta de mayores cotas de igualdad, truncadas con la transición a la vida adulta, las y los adolescentes de hoy no perciben la violencia de género como un problema que les afecta o les afectará. En su imaginario la violencia de género es de «madres» o de «mujeres adultas». Sin embargo, la realidad desmiente esta percepción: una de cada cuatro mujeres asesinadas por sus parejas tiene menos de 30 años; una de las últimas víctimas de violencia de género tan sólo llegó a celebrar su decimoséptimo cumpleaños.

El rechazo a las conductas violentas es mayoritario, no obstante, la exposición a las mismas es una realidad. Entre las adolescentes, un 19% la «justifican en cierta medida»; y un 5%, han vivido situaciones de maltrato en la pareja «con cierta frecuencia». El 32% de los adolescentes justifican «en cierta medida» el sexismo y la violencia; y el 3% reconocen «ejercido situaciones de maltrato en la pareja con frecuencia». Las situaciones de maltrato más extendidas en la adolescencia se alimentan de la ideología de la dominación, control, aislamiento y abuso emocional, antesala de la violencia de género. Un tercio de los varones considera que controlar todo lo que hace la chica «no es maltrato»; algo en lo que coinciden más del 26% de las chicas. Tampoco es maltrato, para el 31% de ellos y el 18% de ellas, decirle a una chica «que no vale nada»; o «hacerle sentir miedo», así opinan el 23% de los chicos y el 14% de las chicas. La educación y la extensión de una cultura de relaciones de pareja basadas en el respeto, en la libertad y la igualdad, es el mejor y mayor de los antídotos contra la violencia de género.